22.1.11

Gritemos nuestros nombres al firmamento

Podría definir ese lugar como una estación fantasma, un lugar derruido por el paso del tiempo y la falta de decisiones. Pero en uno de sus bancos, uno de los pocos que quedaban en pie, se encontraba siempre un joven sentado, con unos grandes auriculares que hacían que una leve melodía resonara por todos los rincones de esa estación.
Siempre estaba sentado en el mismo lugar, con el mismo aspecto a simple vista pero si te acercabas apreciabas que su aspecto se había desaliñado por el paso del tiempo, ya no tenia ese aspecto jovial de hace unos años. Ahora tapaba su rostro con la capucha y sus ojos se habían vuelto negros, negros de tanto esperar sentado.
Y si hablábamos del banco diríamos de todo, lo había pintado entero, lleno de frases, lleno de ideas y de palabras incoherente. Decía del tempus fugit y del locus amoenus, usaba rimas de pie quebrado y leyendas becquerianas, hablaba de ojos verdes y de la vida misma. Todo el banco entero decía Carpe Diem y sus patas susurraban el poder igualatorio de la muerte. Una especie de obra artística que nadie podía ver, porque en esa estación ya no pasaba nadie, solo estaba aquel chaval.

No se como ni por qué, un día uno de los muchos trenes que cruzaban esa estación paró. El joven levantó la mirada asombrado por tal suceso y vio como de la puerta que se abría aparecía una coqueta chiquilla con una falda roja y una blusa morada. En sus manos una gran maleta marrón llena de pegatinas de múltiples lugares, otras estaciones visitadas que la habían dejado estupefacta. La chiquilla se sentó al lado del joven en el más puro de los actos, este ni siquiera giro la cabeza, seguía mirando al suelo con un rotulador en la mano. Cuando ella se dio cuenta de donde se había sentado saltó y se quedo asombrada, miraba atónita aquel banco pintado y se fijo en una frase que destacaba más que las demás:

"Nunca olvides nunca tu sonrisa, ya que es lo ultimo que nos quedará."

Se volvió a sentar intrigada e hizo varios amagos por preguntar, pero aquel joven no parecía muy amistoso y desistió. Agachó la cabeza y simplemente esperó. Esperó hasta que aburrida empezó a tararear una alegre canción que lleno por primera vez en mucho tiempo la estación de autentico sonido, ya no había susurro ni murmullos, solo ese alegre silbido.
El joven giró la cabeza y entre dientes dijo una frase que la chiquilla no llegó a entender por que se encontraba metida de lleno en su canción. El joven repitió: "Eres la primera que para en mucho tiempo."
La chiquilla sonrió y empezó a suspirar, miro al joven y le dijo que había decidido volver a esta estación, pero ya no era como ella lo recordaba. Había perdido todo el colorido que la estación tuvo unos años atrás, ese lugar que conectaba tantos sitios ahora pasaba desapercibido.
El joven abrió los ojos y recordó quien era la chiquilla, recordó todo lo que había pasado, todo eso que ya había olvidado. Se giro rápido pero la chiquilla ya se estaba subiendo al tren. Cuando quiso echar a correr la puerta se cerró y la chiquilla asomó la cabeza por una de las ventanas y empezó a gritar: "¡Recuerda todo lo que la chica de las converse azules te dijo! Ella tenia toda la razón y no quisiste escucharla, te quedaste ahí sentado y perdiste a los demás, solo querías estar junto a mi y no me lo dijiste ¡Tonto! Ahora tiene un momento de enmendarlo, ven conmigo a otra estación y vuelve a ser feliz... ¡NUNCA OLVIDES TU SONRISA!"

El tren aceleró paulatinamente y chico empezó a correr detrás, tenia que saltar a ese tren para volver a lo que fue, tenia que hacerlo para estar con su amor, que había decidido visitarlo de nuevo... Y ni siquiera la reconoció. Era su momento, saltar o quedarse en tierra.
Saltó animado por la chiquilla y cuando quiso darse cuenta cayó a las vías, detrás del tren, su tren. Ahora se había quedado parado entre los tablones de madera, sin ánimos... Se sentó en el suelo y miró al rededor, cerró los ojos esperando que el tiempo retrocediera, pero lo único que consiguió es que un curioso minino se acercara a olisquearle. Miró al gato y este empezó a seguir las vías. El joven entendió que no iba a ser fácil llegar a la otra estación, pero que si aquel gato lo intentaba, el también lo haría...

Todo gracia a la señorita Villi

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