Voy recitando mi égloga, mi canción triste para un asteroide, mi balada de los ángeles caídos y ella me va mirando, dejando entre ver una sonrisa. Soy un poeta muerto, ahorcado por sus propias liras envenenadas. No se que estoy haciendo, mi cuerpo entero tiembla de pánico, daría mi alma por tener una celestina que hechizará a mi amada para hacerlo más sencillo. Ya no hay hueco para los románticos, ya no hay razón para los fantasiosos, ya solo queda un pasó entre los dos y pienso no dejar ni el mas pequeño espacio entre nosotros. Ódiame por decirte que te amo, ódiame por gritárselo al mundo, ódiame por meterte en mi cabeza y por no saber sacarte de ella.
Pero ahora no quedan espacios entre nuestros labios, mi cabeza sale dispara hacia mi paraíso en Cydonia y se queda allí por momentos, vuelve en milésimas y aún nuestros labios están en contacto, tus parpados bajados, tu cabeza ladeada y tu suave cabello dejando ver un pendiente negro. Al separarnos se despierta de su breve sueño y en su iris se deja ver un pensamiento subliminal. En mi salón de baile siguen estando esos antiguos vinilos negros, con la gramola polvorienta, hoy no me apetecen tangos, ni baladas, hoy me apetece un exogenesis... Es mi maldita redención escucharlo mientras las goteras siguen el compás y acarician las notas de un piano.
Ahora es el momento de abrir los ojos y volver a la realidad. Y al abrirlos, curiosamente, no me he movido de mi salón de baile y ella también sigue ahí... Que bonita realidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario